Llegó el joven padre a la celda de Fabrizzio. Viole entonces deambulando por la habitación, murmurando palabras y en ocasiones exaltándose al decir otras.
-¿Con que elocuentes demonios hablaros hoy José?
-No hay demonio más grande que el encierro de la palabra en el vacío del aire, padre. Demonio más grande no encontrará en las celdas de este acilo, un Satán más terrorífico no hallará en otros sino en mí.
-Dejaros de tonterías. ¿Vos creéis que sois el diablo mismo? No sois Satanás, sois solo un hombre que sabe escribir.
-Ah! Pero, ¿Cuál más dichoso don se ha engendrado en el demonio, si no el del seductor uso de las palabras? ¿Cuantas guerras e infames holocaustos habéis sido incitados en la gente sólo por la ígnea palabra de un solo hombre?
-Ciertamente, el don mas dichoso es el de la palabra, pero si Satanás, siendo el ser mas cercano a Dios, cayó y es ahora la bestia más bestia, ¿no es entonces el don de la palabra la maldición de la palabra?
-Don y maldición, castigo y bendición. Dos lados de una misma moneda. Y es justamente esa moneda con la que juega Dios a los volados con el Azar: bendito este, bendito aquél. ¿No lo dijo Calvin una vez, que estamos todos predestinados por aquél en lo Alto? Entonces es por gracia del Señor que me encuentro yo aquí, y no bajo su altar rindiendo pomposo homenaje a mi Dios.
-Pero Calvin no tomaba en cuenta, que Dios nos ha dado el Albedrío, y es por nuestra propia decisión que nos condenamos a los fuegos eternos o que alzamos a la luz del Señor.
-Ah entonces alude usted al confuso misterio del Libre Albedrío. Dígame usted entonces, ¿que Ley ha de juzgarme si por la ley de Dios mismo soy libre de escribir cuanto yo quiera?
-Usted esta aquí por blasfemar contra nuestro Señor, y es la Ley de Dios quien lo castiga. Sí, el Libre Albedrío lo deja escribir, pero en tanto que se atenga a las consecuencias que su demoníaco trabajo traiga consigo.
-Cae usted en una repetitiva contradicción mi estimado padre. En tanto que yo soy un hombre de ciencia, y argumento que Dios no existe, mis trabajos son entonces con la inocente intención de entretener a un público. En tanto que si yo me encuentro en ideas erradas, Dios no ha de sentirse ofendido por un trabajo que trae el gozo de sus hijos en páginas indolentes de mal alguno.
-¿Pero porqué reniega de usar su don, o maldición, para educar la moral de la gente, para elevar el arte por las cabezas inmundas de nuestros ciudadanos hacia los altos palacios de Dios? ¿Tal como lo hacen San Agustin, Santo Tomás de Aquino y nuestro Señor Jesucristo, predicando el amor entre los hombre, porqué no sigue usted su ejemplo?
-Mi estimado padre y carcelero, el arte es algo que se encuentra en el fondo de cada alma. No por leer un libro, escuchar una canción u observar una pintura llegará usted a comprenderlas. No es sino por el desarrollo de la razón que el hombre ascenderá al verdadero cielo. Creo padre, que es tiempo de que continúe a la siguiente celda.