Golpearon
a la puerta dos veces.
-¿Quién es?- Sísifo se asomó por la
mirilla. – ¿Hola?- El pórtico estaba desierto, frunció el ceño y volvió a su
asiento frente a la televisión. Hoy era domingo de telejuegos y tenía el
presentimiento de que tomarían su llamada para resolver el acertijo de la
semana. Le vendría bien el premio, pues el pago de la hipoteca se le había
atrasado ya por tercer mes consecutivo.
Tomó una cerveza de la hielera que
constantemente lo acompañaba en las noches solitarias, pasó su mano por el
descansabrazos del sofá para secar la condensación de la botella y la destapó
con un satisfactorio ¡pop! de la corcholata. El crujir del cigarro en
combustión lo relajaba, exhalar el humo lo calmaba.
Vamos,
que empiece ya. Era una tortura
esperar los telejuegos: una maratón de películas viejas con efectos especiales
baratos, el partido de la semana, la pelea que le seguía y por fin el concurso.
Hoy sería su día de suerte.
Había encontrado la forma de ganar,
el gancho para el juego. Nadie tendría que saber que tramaba, que había hecho
trampa. Sólo él sabía la combinación, el momento justo para llamar, y nadie le
impediría recolectar su merecido premio.
El teléfono le aguardaba a su lado,
rodeado de un colorido paisaje de píldoras y pastillas para sus diferentes
condiciones y afecciones médicas. Tuvo especial cuidado en evitar tomarse el
anti-depresivo, esta noche no debía quedarse dormido frente al televisor
mientras esperaba que la atractiva host del concurso pidiera la llamada. Sus
manos se entrelazaron con fuerza mientras los comerciales de farmacéuticos
pasaban uno tras otro. Cerró un momento los ojos.
Golpearon
a la puerta dos veces.
Sobresaltado, se asomó de nuevo por
la mirilla -¿quién es?- preguntó, pero de nuevo la carencia de respuesta lo
devolvió a su sillón donde le aguardaba el cigarro medio consumido, más ceniza
que tabaco. Encendió otro y reclinó la espalda.
Notó como su ex esposa lo miraba
detrás del televisor. Una antigua fotografía de cuando sus hijos eran suyos, y
su esposa, esposa y no ex. El zoológico detrás de ellos y el sol le hicieron
recordar los buenos tiempos en que era querido, buscado, y amado. Se levantó
con un quejido y tomó la foto, la vio durante unos segundos más, y la volteó. Perra.
Deslizó sus pies hasta la cocina,
tomó dos panes, jamón, queso, lechuga, mayonesa y mostaza entre sus brazos,
volviendo frente al aparato y dejando sus alimentos en la mesa de enseguida
sobre las pastillas y el teléfono inalámbrico. Su bata manchada de condimentos
se abría a ambos lados de su barriga cuando se reclinaba. Las migajas se le
enredaban entre los vellos del pecho cuando mordía su emparedado.
-¡BIENVENIDOS DE NUEVO A MARCA Y
GANA!-
-¡Oh dios!- Sísifo se incorporó y
tomó su libreta, tirando pastillas, lechuga y cabellos en la descuidada
alfombra de la estancia.
El tema musical del programa dio
entrada a una joven no tan joven cuyos sueños de antaño habían sido llegar a
modelar para alguna marca de lencería internacional. El vestido revelador y la
sonrisa sin par de siempre recibieron a Sísifo con brazos abiertos, y él se
dejaba querer.
–El tema de hoy, mamíferos
acuáticos- anunció la animosa conductora.
Golpearon
a la puerta dos veces.
-¿Qué demonios?- una vez más de pie,
se abalanzó a la entrada y abrió la puerta de par en par. Nadie, ni un murmullo
en las calles. -¡Deja de estar molestando, bueno para nada!- Jodidos niños traviesos. Regresó entre
regañadientes a su puesto, el colchón y sus ergonómicos hoyuelos cóncavos
recibieron su posadera, moldeados ya tras años de ser ocupados por Sísifo.
Los primeros acertijos salieron al
aire: una tríada de palabras con sus letras revueltas que al ordenarlas
formarían nombres de mamíferos acuáticos. Fácil.
La televisión anunciaba: abnaell,
ndiefl, oocrnniirot. Pensativo, rodaba un cacahuate contra la inclinación del
descansabrazos, casi al llegar a la punta, rodaba cuesta abajo y volvía a
empezar.
Esta
es fácil, ballena, delfin… pero ¿la última? Las claves que tenía en su mano
le decían el tiempo justo para marcar. Se pasó la pluma por el cuello mientras
pensaba cual era el tercer mamífero. Tenía tiempo, siempre y cuando marcara a
la hora indicada la anfitriona del programa hablaría con él.
Comenzó a notar el sudor corriéndole
bajo las axilas, se estaba estresando. Tomó una de las pastillas sin mirar y la
ingirió con un trago de cerveza.
-¡Vamos! ¡Solo tres palabritas y el
dinero podría ser suyo!
-Ya casi… ya casi…
-¡Llame ya si conoce los tres
mamíferos acuáticos!
-No, todavía no…- entrecerró los
ojos -¡ornitorrinco!- vociferó emocionado.
Golpearon
a la puerta dos veces.
Furioso, salió al pórtico mirando a
uno y otro lado. La calle nocturna, gris y solitaria lo recibió con
desconcierto. Por un momento pensó ver movimiento en un arbusto vecino. -¡JODER
QUE PAREN YA CON SU BROMA!-
Dio un portazo y volvió a su trono.
Tenía ya las tres palabras, solo debía esperar unos minutos más para marcar.
Vigilaba siempre el teléfono: donde estaba, cuanta carga tenía, y que hubiera
línea, por supuesto.
El
dinero es mío. Con este premio ni Martha podrá quitarme a mis hijos, la muy
desgraciada. Prendió otro cigarro y aspiró, la espera era insoportable, le
dieron ganas de ir al baño así que bajó el cigarro y se abrochó la bata. Se
tomó su tiempo, si hacía sus necesidades dentro de ciertos minutos, podría
volver para llamar, y con tiempo sobra.
Sentado el inodoro, la mejilla
recargada en el puño, meditaba sobre su nueva vida. Volveremos al zoológico, sí, eso les encantará. Pagaré esta casa,
incluso les compraré otra. Seré el padre que nunca fui.
Llamaron al teléfono.
-Pero que chin- salió con los
pantalones a las rodillas sobre el teléfono, no podía tener a alguien marcando
cuando debía de realizar la llamada en poco tiempo.
-¿Hola? ¿HOLA?- Lo recibió el
silencio sepulcral. Y siguen. Colérico,
se subió los pantalones. Harto de que
le tomaran el pelo, desconectó el teléfono, así se evita molestias de aquí a
que tuviera que digitar el numero en pantalla. Nadie debía molestarlo hasta
entonces. Recostado de nuevo en el sofá, decidió relajarse, respirar hondo, y
esperar paciente. Cerró los ojos.
Golpearon
a la puerta dos veces.
El sonido ya no lo molestaba,
parecía lejano, irreal, en la esquina de la habitación la base del teléfono
inalámbrico seguía desconectada.
-¡El dinero ya es suyo con que marque
en este momento!- continuaba la host, pero su voz se perdía en tinieblas, una
niebla insondable los separaba.
Recordó la última parrillada, cuando
su hija le anunció que estaba embarazada y que no quería que se acercara a su
hijo. Le parecía incluso oler las salchichas asadas, el aroma de las salsas que
había preparado Martha flotando por el aire. Se le hizo agua la boca al
recordar la cebolla morada que había comido ese día.
Golpearon
a la puerta dos veces.
Ya no importaba, en poco tiempo
sería millonario y volvería a ver a su esposa. Incluso ahora podía recordar su
cálido abrazo, como si estuviera allí. Martha,
¿por qué te fuiste? Recordó el día de su boda, el día en que nacieron Bruno
y Selina, recordar hacía que le ardieran los ojos, lágrimas rodaron por sus
mejillas.
-¿Vamos que nadie conoce la
respuesta?
El ruidoso aparato era ya una
molestia lejana, Sísifo estaba perdido en memorias, todo lo demás se le
antojaba vano, trivial, una mera ilusión. Su casa desapareció poco a poco
mientras materializaba el último juego de futbol que tuvo Bruno. Para variar, legó
tarde, para recogerlos al campo nada más, se había perdido el gol de la
victoria anotado por su hijo. -Pero el trabajo, alguien tiene que trabajar- se
justificó. Le compraría una portería a su nieto, un balón nuevo y jugaría todos
los días con él, le enseñaría a bloquear, a tirar penales, y a marcar al
contrario.
Golpearon
a la puerta dos veces.
Le enseñaría a despejar el balón
desde la portería, a recibirlo, a dominarlo, sería tan buen abuelo como padre
debió haber sido antes. Solo debía ganar, había encontrado la forma de ganar.
El mundo se sumió en un abismal silencio.
-¡Dios mío! ¡DIOS MIO!- Las llamas
lamían sus extremidades como perros hambrientos, pedazos de piel rostizados se
desprendían del músculo para caer a la alfombra llena de basura. – ¡MADRE
SANTÍSIMA!- Trataba de levantarse, pero la piel se le había pegado al respaldo,
trató de gritar pero el humo ahogaba sus plegarias.
Pudo por fín levantar el puño del
descansabrazos, el cacahuate rodó colina abajo hasta el respaldo y cayó a la
alfombra. En su mano izquierda, o lo que quedaba de ella, distinguió el logotipo
del cigarro que había dejado cuando fue al baño. Dando manotazos, buscó agua en
la mesa de al lado, las pastillas se le pegaban a la dermis, sus gritos
agónicos amortiguados por el volumen de la televisión.
-¡LLAME YA!
Se abalanzó sobre el teléfono. Emergencias, bomberos. Tecleó 611,
bañando cada tecla de sangre -¡CONTESTEN MIERDA!- La línea estaba muerta.
-¡El dinero puede ser suyo!
-Mierda, mierda, joder…- se tiró al
suelo para evitar respirar el humo tóxico, y la alfombra entro en llamas,
literalmente se encontraba en el infierno, su barriga restregándose en el
fuego, rasgándose la piel con cuanta inmundicia había acumulado en ese sucio
harapo durante años anteriores.
Golpearon
a la puerta dos veces.
Por
favor, por favor. –AYUDA- su grito se esfumó antes de abandonar su
garganta. El niño, el niño bromista lo ayudaría. Intentó gritar pero su lengua
saboreaba sus labios carbonizados y el horror le hacía abrir los parpados de
par en par, estos a su vez, cayeron como hojuelas tostadas sobre la alfombra.
Su cabello cogió las flamas de la
alfombra, y la corona de fuego le achicharró el cuero cabelludo. El rey Sísifo,
mendigando por sobrevivir, por no sucumbir a la muerte, continuaba codo con
codo. – ¡El dinero ya es suyo!- cantaba la corte. El banquete de medicamentos y
embutidos se consumía en sus propios lípidos, el calor hacía explotar el
alcohol dentro de las botellas, arrojando esquirlas por doquier.
A rastras, logró llegar a la puerta,
miró la perilla incandescente, su mano hecha añicos la asió con angustia, trató
de girarla pero esta se abrió sola. ¡SI…
SI, SI, SI!
Un viento gélido se coló por el portal.
Hades lo esperaba del otro lado. El
pequeño niño de tez azulada y cabello de fuego lo miró, asqueado, fijamente a
los ojos. Una sonrisa inhumana se le dibujaba de oreja a oreja, sus labios
carmesí enmarcando dientes afilados sin mácula y conteniendo una estruendosa
carcajada.
–La locura de Sísifo…- dijo entre
risas al verlo desesperanzado rogando por piedad. Sísifo lo tomó del pie,
recibiendo una patada del dios ctónico. Hades lo empujó con la suela de su bota
dentro de la casa, de vuelta a las llamas tártaras.
-La broma mortal- terminó con desdén. Lentamente
cerró la puerta, y Sísifo perdió el conocimiento.
Golpearon
a la puerta dos veces.
-¿Quién es?- Sísifo se asomó por la
mirilla. – ¿Hola?- El pórtico estaba desierto, frunció el ceño y volvió a su
asiento frente a la televisión. Hoy era domingo de telejuegos y tenía el
presentimiento de que tomarían su llamada para resolver el acertijo de la
semana, le vendría bien el premio, pues el pago de la hipoteca se le había
atrasado ya por tercer mes consecutivo.