lunes, 24 de marzo de 2025

La Nuez

En la cima de la cornisa, puedo sentir las nubes arremolinarse, el viento soplando retadoramente. Cierro los ojos y mis brazos. Con que así se sentía Jack.

Karla se aferra con un agarre de terror a su silla. Como si al caer yo, también fuera a caer la azotea entera.

-Por favor solo baja de ahí, podemos hablar de nosotros sin que estés a punto de matarte.

-No lo entiendes, no estoy a punto de matarme. Esto lo probará. Todos nacemos con una vida prescrita. Todo lo que consideramos suerte o coincidencia está planeado para hacernos sentir que hay cierto grado de autonomía en el desorden del destino.

-Art… – La interrumpo con un gesto de mi mano, pero me ignora. -Arturo, por favor, nos estas preocupando, a todos.

-Karla, escúchame, no me quiero suicidar, no voy a morir aquí, es lo que trato de decir, incluso si me tiro de este edificio, no moriré. No está en este momento de mi ciclo morir. - Juego con la nuez en mi mano. - Es como tener… puntos de suerte. Yo puedo asegurar que esta nuez caerá antes que yo, y los dos sobreviviremos. En este momento, este edificio no está dentro de la simulación, está siendo reconstruido apenas. No hay reglas de causa y consecuencia… todavía.

-Arturo, me estas asustando. No estamos en una simulación, es el mundo real, de carne y hueso, si te tiras, morirás. Por favor baja de ahí, estoy muy asustada.

-No tienes por qué estarlo, mira.

Levanto la mano con la nuez, y la arrojo al aire, siguiéndola con mis ojos. En cuanto mi mirada sube, le doy la espalda a Karla y siento un tirón en mi brazo izquierdo, Karla se había abalanzado sobre mí. Intento zafarme, pero en el forcejeo pierdo de vista la nuez.

Me doy media vuelta para empujar a Karla y soltarme, si no me ve caer, jamás creerá. Al girar, mi pie resbala en la cornisa y puedo sentir mi cuerpo perder el balance. En algo tenían razón las películas, la visión en cámara lenta es real.

Veo a Karla debajo de mí, estoy cayendo al lado incorrecto de la cornisa, estoy cayendo sobre ella.

¡NO! ¡NO! ASI NO!

Para evitar lastimarla, la abrazo y me giro boca arriba, caigo de espalda en la grava, con ella sobre mí, protegida en mis brazos.

-IDIOTA! ¡ERES UN IMBECIL!

Comienza a golpear mi pecho. Pero su voz y sus puños se sienten distantes. La grava se siente plana, como si fuera un papel. Las luces de la ciudad están confundiendose con los colores reales de los materiales. Está pasando otra vez. El glitch se está cerrando. Estamos volviendo al mundo real.

Esta era mi última oportunidad de convencerla, y lo he arruinado todo, ahora solo soy un loco suicida esquizofrénico, un riesgo para mí y mis seres queridos.

Pero... apunté con el dedo.

-JAJA! 

-¡MIRA! 

-¡MIRA NO ES MUY TARDE! 

-¡MIRA!

Reía como loco mientras ella me golpeaba, una lluvia de puñetazos y sus lágrimas cayendo sobre mí. Mi dedo apuntaba a la cornisa. La nuez estaba justo en el borde.

Cuando Karla me jaló, y perdí mi balance, tropecé con la nuez que había caído en la cornisa, quizás el viento la había empujado, acercándola al edificio, evitando que cayera a la calle.

Pero no morí, mi tesis se sostiene. Algo increíble había pasado, desafiando las probabilidades y sobreviví, como dije, salí levemente lastimado, entre la caída sobre mi espalda y los puños de Karla.

-¿No lo vez Karla? ¡Tengo razón!

El ascensor fue muy incómodo.

Poco a poco se calmó. Parecía distante, temerosa, como si yo fuera una bomba de tiempo de la que ella se sintiera responsable.

Demonios, si acabo de demostrarle, la simulación es real, los glitches son reales. ¿Cómo es que no lo ve?

El ascensor se abrió, pasamos junto al guardia, Marcos, que jamás había sospechado algo. Seguía viendo su novela coreana y comiendo sus nueces.

Karla bajó la mirada, apenada, como si hubiera sido su culpa que yo casi me hubiera suicidado, o quizás avergonzada de que el guardia la viera conmigo. Otra vez, le doy vergüenza.

Le abrí la puerta y salió apurada, miré a donde Marcos quien subió una ceja sugestiva. Apreté los labios y negué con la cabeza. Marcos solo hizo una mueca de decepción, encogiéndose de hombros. Salí y cerré la puerta tras de mí.

La lluvia había empezado justo a tiempo para el anticlimático desenlace de mi experimento.

-No puedo ser parte de esto, Arturo. He intentado ser tu amiga, pero… me asustas cada vez más.

- Karla, no necesitas estar asustada, no estoy deprimido o ansioso. No quiero terminar con mi vida ni con la tuya, es lo que intento-

- Entiendo que así lo vez. Pero ya no quiero cargar con esto. Tú sabes que una vez que yo decido no hay vuelta atrás.

-Karla…

- Te tengo mucho cariño Arturo, pero no puedes estar en mi vida, y no quiero ser testigo de lo que sea que termines haciendo con… esto.- Gesticula al edificio.

La miré frustrado. Parecía más un rompecabezas difícil de solucionar que un rechazo amoroso.

- Por favor entiende, tienes que dejarme ir Arturo. Tuvimos una bonita relación, y siempre te tendré en estima por lo que vivimos. Pero eso es todo.

Puedo sentir mi corazón golpear, cada vez más lento, más contundente, mi cabeza empieza a doler tras el shock de adrenalina.

- Quizás en otro ciclo, entonces.

- No hay otro ciclo, Arturo. Estas son nuestras vidas, son tus decisiones y las mías. Yo he tomado las mías, tú te resistes a aceptar las consecuencias de las tuyas.

Las gotas caen con más fuerza, nuestra ropa empapada comienza a ejercer su peso sobre nosotros. Me estremecí. El viento se siente fresco cuando pasa por la humedad.

-Me iré a casa- dice, encogida de frio.

- Te acom- me interrumpe cuando intento acercar mi mano a su hombro, esquivándola como si yo fuera a prenderla en fuego.

- No, iré sola.

Sus enormes ojos abiertos, sin parpadear, se me clavaron, su boca tiesa y su entrecejo casi imperceptiblemente fruncido. Era su cara de obstinada terquedad. Definitivamente había tomado una decisión, y no había apelación a la emoción que la hiciera cambiar de opinión.

Mi silencio le da a entender que me he quedado sin argumentos, este rompecabezas es difícil de entender. No es lógico ni emocional.

La veo alejarse entre gotas de lluvia, cada vez más frecuentes y densas, escucho un granizo romper en la banqueta.

Me siento en la escalinata. Recargado sobre mis rodillas, cubro mi boca con mis manos. Mi parte favorita del día. Encerrarme en mi mente, rumiar.

El azar siempre me ha dado problemas.

Nunca me ha molestado la lluvia. Parece tan... azarosa. Calcular la trayectoria, magnitud y masa de cada gota. Es ese tipo de cosas que casi me hace pensar que todo esto no es parte de una gigantesca ecuación, que hay un grado de originalidad, de libertad.

Siempre se me complicó dibujar cosas pequeñas y complicadas como cabello, las hojas del césped, o de un árbol. Siempre envidié los dibujos hiper detallados de gente con más paciencia y disciplina que yo. Quizás la creación de un mundo aparentemente azaroso es sólo eso, decodificación por fuerza bruta. Decodificación por fuerza de voluntad.

Incluso en la cocina se me ha hecho difícil entender que los ingredientes sean al gusto. Una cantidad especifica de pimienta negra es la indicada dependiendo de a qué ingrediente y a que cantidad de masa de dicho ingrediente se la estás poniendo. O quizás el grado al que nuestra lengua puede probar la diferencia entre los microgramos de pimienta tiene ciertos rangos de valores en los que el sabor es aceptable, a pesar de que la diferencia de partículas entre una opción y otra tenga miles de millones de dígitos de diferencia.

El truco de la simulación es que nuestros instrumentos para medir sus pixeles son limitados. Es como intentar ver individualmente cada gota dentro de la masa de lluvia

Se siente bien, la lluvia sobre mi cabeza, sobre mi espalda, simula el llanto que antes hubiera caído de mis ojos, cuando todavía sentía algo. Mi gabardina empapada pesa cada vez más. Se siente como el abrazo que hubiera querido recibir, igual de incómodo, pero por diferentes razones.

Por lo menos todavía siento el dolor del gra…¿ni…zo? ¿No estaba granizando? Definitivamente había escuchado algo caer y tronar en el piso.

Miro hacia arriba, entendiendo inmediatamente que esa es una forma muy estúpida de checar si está granizando para alguien que usa lentes, o para cualquier persona que no disfrute de tener un ojo morado. 

Miro hacia abajo, justo entre mis pies, la veo delicadamente dispuesta como si por un padre amoroso acostando a sus niños a la hora de dormir.

La nuez, partida en dos.

domingo, 9 de marzo de 2025

El Bufón y la Torre

El aullido se hizo escuchar, sonaba lejano, como si atravesara cerros y bosques antes de llegar a mí.

Qué raro, nunca había escuchado un aullido en mi vida. Exacto ¿porqué escucharía un aullido? Aquí no hay lobos. Ahora que lo pienso, ¿dónde es aquí? El aullido otra vez

Me desamodorré, erguido en mi cama noté que el dormitorio se encontraba a obscuras, iluminado únicamente por la luz de luna asomándose por el ventanal a la izquierda de las camas

Mi hermano menor dormía en la otra cama junto a mí, como había hecho siempre. No se había percatado del aullido, y roncaba plácidamente. Además de las dos camas, la habitación parecía completamente vacía, el piso de madera viejo y azulado rechinaba con cada movimiento y silbido del viento que se colaba entre sus grietas.

La recamara estaba delimitada hacia la derecha y hacia enfrente por un muro bajo de madera y sobre él una ventana cuadriculada hasta el techo. Más bien parecía las ventanas de un sanatorio mental, o algún lugar de hospicio donde los guardias deben poder vigilar a los internos contenidos en la habitación.

Bajé de la cama y me acerqué en cuclillas hacia el muro opuesto a la ventana, escondido en la oscuridad. silencioso como una sombra, evitando despertar a mi hermano.

Detrás del vitral, un pasillo en L rodeaba el dormitorio, a la derecha de las camas se encontraba la salida, pero la puerta habia sido abierta a la fuerza, y trozos de ella se habían caído de la ojiva y del marco. Por la abertura de la puerta se alcanzaba a ver un cielo estrellado y las copas de los árboles que rodeaban la torre ondeando en el viento. Una torre muy alta. ¿Una prisión? Alguien logró no sólo subir, si no entrar. Un intruso.

Presioné mi espalda contra la celosía de cristal para esconderme y escanear con la vista la vuelta del pasillo. Todo se encontraba a oscuras, la luz alcanzaba a iluminar únicamente el centro del dormitorio.

Caminé en cuclillas pasando los pies de las camas, evitando ser iluminado por la ventana, y asomé mi cara sobre el muro bajo de madera. Mi corazón se detuvo.

Del otro lado del vitral, un hombre vestido con un leotardo verde me devolvió la mirada. También en cuclillas, blandía una daga alzada en su mano derecha, y una sonrisa predatoria que me heló la sangre. Su cara estaba cubierta por una mascara blanca en forma de estrella, llena de cascabeles y adornos dorados. La estrella blanca cubría la parte superior de su rostro, evidenciando su sonrisa de oreja a oreja. Sus ojos, fijos en mi, dos pozos negros sin fondo que me hubieran comido de no haber sido por el muro de cristal. El bufón sonrió aún más, dejando ver sus dientes malformados y amarillentos.

Un arma. Intenté sacar uno de los cuadros de cristal del muro para romperlo y usarlo como filo, pero al empujar el cristal, cayó del otro lado, a los pies del bufón.

Que idiota soy. Al delatar mi intención, y desprovisto de defensa, me di cuenta que necesitaría la ayuda de mi hermano o, por lo menos, alertarlo de la situación. Gateé en reversa hacia su cama, alcé mi mano para buscar su pierna y despertarlo. Sí, mi hermano es inteligente, grande, y fuerte; él siempre sabe qué hacer, él tiene contentos a nuestros papás. Dos contra uno es suficiente. Mi mano toco su pie.

Desperté.

"El carnaval ha vuelto por ti", susurró la luna, que ahora hacia brillar mi blanca pijama a rayas entre las sombras. "Siempre ha sido tu contra ti. Te encierras, te aíslas, y cuando no soportas más el estancamiento de tu procrastinación, rompes con todo".

Hace dos años, cuando Karsk, el centauro leonino que mantenía prisionero a mi espíritu en la montaña casi me comía,  inicié mi descenso al inframundo. A lo largo de la rocosa playa podía ver los languidecientes restos de almas resistiendose a desaparecer, gimiendo y dando brazadas para no sucumbir a la marea del inframundo.

Los pescadores de almas lanzaban sus redes al mar, atrapando incautos espiritus. No parecían prestarme atención, cada uno con cuatro brazos lanzaba dos redes con cada par, vestían sombreros rojos, grandes y redondos hechos de palma, pasé detrás de ello esperando no descubrieran mi prescencia.

Al final del camino pude ver un carnaval etéreo: juglares y ruedas de la fortuna, puestos de comidas y juegos de azar, malabaristas y charlatanes. Un mundo tan nuevo como extenso. Fue un sentimiento sobrecogedor, era demasiado para mi, demasiado que ver, demasiado que hacer, demasiado que podía salir mal en cualquier momento en cualquier lugar. El miedo a lo desconocido se siente igual a la emoción del descubrimiento. Lo único que cambia es nuestra definición de la sensación. Era necesario dejar la montaña.

Había olvidado la visión. Había elegido volver a la montaña y encerrarme en la torre, lo seguro, lo aislado, lo familiar. Pero el bufón logró encontrarme, y esta vez no se conformaría con una visión fantasmal del poder ser. Era hora de romper con todo, permanentemente, a toda costa.

¿Cuál era la intención de su daga?

¿Qué hubiera hecho yo con el pedazo de cristal?

¿Qué hubiera sido de mi hermano?

¿Por qué me despertó el lobo?

¿Por qué una máscara de estrella con cascabeles y un traje verde?