Tu no lo entiendes- dijo el cuenta cuentos, mientras Trinket jugueteaba con Boros, el gran oso de Yosef -No puedo ser yo quien salve vuestro mundo.
-Pero, ¿porqué?- cuestionó Yosef. El destino lo había postrado ante el consejo de un ser mucho mas sabio y antiguo que el, y sin embargo, dudaba del oráculo -Tu tienes el poder, el conocimiento, fácilmente puedes expulsar el mal de nuestro hogar...ya eres un dios!
-Pero no soy su dios- interrumpió el Hojalatero. Volteó a ver las estrellas, hogar de millones de mundos tal como este. ¿Cuantos dioses como él había habido antes, cuantos habrían comprendido la importancia de la decision que estaba a punto de tomar? Miró a Yosef a los ojos, penetrando en su coraza carnal y leyendo sus temores.
-La humanidad debe crecer, debe enfrentar el cambio. Yo solo puedo guiarla, como lo hago contigo. Pero el dios debe nacer de la mortalidad humana, trascender la barrera de la muerte y quemar su nombre en la historia, convertirse en héroe, en leyenda, un mito. Si yo resuelvo los problemas de la humanidad cada vez que se presenten, jamás madurará, se volverá floja, inerte. La historia es cambio, y sin cambio, ustedes no existirían. El mundo debe poder defenderse solo.
Y las palaras parecieron formarse solas, vagas y distantes en los labios del Hojalatero, de una memoria perdida en los confines de la obscuridad:
"Sólo un mundo imperfecto necesita de Dios."
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